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sábado, 14 de mayo de 2022

Con el Covid no se puede

         El cliente desde la puerta del comercio: –Señorita, tienen tapabocas?

La vendedora: –Sí señor, tenemos.

El cliente: –Podría venderme algunos?

La vendedora: –Sí señor, con todo gusto.

El cliente: –Muy amable, véndame tres.

La vendedora: –Si señor, pero tiene que pasar previamente por la caja donde luego de pagar le entregarán el ticket para levantarlos.

El cliente: –Gracias, entraré a pagar.

La vendedora: –Perdón señor, pero no puede entrar sin tapabocas, las disposiciones así lo indican.

El cliente: –Señorita, es en el cuarto comercio que me ocurre lo mismo. ¿Cómo puedo comprar un tapabocas si no puedo entrar a ningún comercio a comprarlo si no llevo uno puesto? Y considere que estoy sin tapabocas, pues por no tener ninguno y no poder ingresar a ningún comercio sin uno puesto,  estaré condenado a incumplir las disposiciones que usted alude.

La vendedora: –Hay señor, lo lamento, pero no tengo ninguna solución para su problema, si no, con gusto se lo resolvería.

Es casi como llevar algo de lo sublime a lo ridículo, pero ocurrió. Felizmente nuestro cliente, ya con cierta amargura por tener que incumplir una fundamental regla sanitaria, impensadamente encuentra la solución a su problema. En una pequeña mesita, en una esquina, frente a la parada de los buses, un buen señor, visionario emprendedor, exhibía en un par de cajas una gran variedad de los adminículos que en pocos días cubrirían parte de nuestros rostros para defendernos del terrible virus llegado de la lejana China.

Pero no fueron solamente los tapabocas; vinieron los frascos de alcohol en gel; la nueva distancia social, primero de dos metros, luego reducida a uno y medio; se prohibieron las reuniones; desde los coches patrulleros de la policía con altoparlantes se invitaba a no aglomerarse, incluso alguna patrulla tuvo que actuar más enérgicamente disolviendo algún grupo reacio a separarse; se terminaron bailes, fiestas, hasta los velorios se hicieron sin parientes y amigos, lástima que no se prohibieron las muertes. Hubo muchas, el virus no solamente dejó su tendal de muertes, sino que hizo que una enorme porción de científicos y todo el personal de la salud diera el máximo de su experticia para superar el inesperado trance.

La economía tambaleante por los embates del bicho chino, necesitó de firmes timoneles para que no naufragara, aunque varias ramas de actividad sufrieron demasiado y necesitarán muy buenos tiempos para sentirse recuperadas.

Poco a poco, ese bicho que no se sabe a ciencia cierta de donde y como vino, luego de crearnos una enorme crisis humana, sanitaria y económica, amaga con retirarse, aunque  aún nos mantiene en vilo cualquier noticia de algún contagio.

No estábamos preparados para que nos hurgaran las narinas con hisopos para analizar y determinar si teníamos el bicho, pasamos meses de incertidumbre; los gigantescos laboratorios probaban vacunas, que con PCR mensajero, con virus inactivo, que con esto o con lo otro, hasta que empezaron a aparecer y pusimos el brazo. Una dosis, luego una segunda, después la tercera que llamaron refuerzo y ya llegó la cuarta, ¿refuerzo del refuerzo? Lo cierto es que nuestros brazos semejaban un colador de tantos pinchazos. Pero el bicho chino sigue agazapado esperando que lo inhalemos para amargarnos la vida.

También surgieron grupos anti-vacunas, que blandiendo sus megáfonos incitaban a rechazar los pinchazos, seguros de que nos inyectarían algún microchip para quien sabe que experimentos hacer, o que todo era un negociado de los laboratorios, que después de creado el virus y las vacunas vendrían una sarta de medicamentos, todos inútiles, con pretensión de curarnos y en definitiva seguir acumulando riqueza y poder. Pero todo esto, dejémoslo al margen.

Algunos, cuando tuvieron el bicho solazándose en sus vías respiratorias, lo consideraron una gripe algo más fuerte que lo normal; otros integraron un casi feliz grupo de los asintomáticos; pero algunos llegaron al hospital y varios a los temibles CTI, porque lamentablemente de allí algo más de la mitad salía en una caja de madera directo al campo santo y los primeros sin un cristiano velatorio.

¡¡¡Pucha que fue dura la lucha con el bicho chino!!! Todavía nos preguntamos, ¿será que lo estamos venciendo? Pero seguramente no, porque sigue haciendo estragos en muchas partes del mundo.

Fue el  13 de marzo de 2020 que llegó al País, hoy a más de dos años, batallando con todas las fuerzas ¿será la famosa garra charrúa?, lo vemos bastante disminuido, pero no lo podemos facilitar. Suerte que ahora tenemos una buena provisión de tapabocas, alcohol en gel, varios desinfectantes surgidos masivamente, nos acostumbramos a reconocer a nuestros amigos y familiares con media cara tapada al extremo que aquel adminículo de difícil obtención al principio hoy es una prenda más de nuestra ropería y hasta en el supermercado guardamos una razonable distancia con los demás compradores. De todas formas, nos estamos descuidando, hemos abandonado demasiado el uso del tapabocas, porque es incómodo, o nos olvidamos al salir, o “ya no lo soporto más”. Es momento de recapacitación y no de olvidos y culposas fobias.

Pero si hubo verdadera garra charrúa fue en un grupo de más de cincuenta científicos uruguayos que bajo la batuta de tres genios, como dirían en España, de la puta madre, estuvieron por más de un año y medio al pie del cañón, estudiando miles de informes, analizando, calculando, debatiendo, en la búsqueda del mejor camino para controlar la enfermedad, asesorando a quienes tomaban las decisiones sobre las mejores pautas para luchar contra la pandemia.

Desde el gobierno, tuvieron su merecido homenaje, seguramente desde la población el eterno agradecimiento.

Lamentablemente, la lucha no termina, el bicho chino nos espera en cada esquina para darnos su golpe y amargarnos la existencia. Deberíamos seguir cuidándonos, porque si yo me cuido y tú te cuidas, nos cuidamos todos y le hacemos más difícil la permanencia entre nosotros al odioso bicho.


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