El cliente desde la puerta del comercio: –Señorita, tienen tapabocas?
La vendedora: –Sí
señor, tenemos.
El cliente:
–Podría venderme algunos?
La vendedora: –Sí
señor, con todo gusto.
El cliente: –Muy
amable, véndame tres.
La vendedora: –Si
señor, pero tiene que pasar previamente por la caja donde luego de pagar le
entregarán el ticket para levantarlos.
El cliente:
–Gracias, entraré a pagar.
La vendedora:
–Perdón señor, pero no puede entrar sin tapabocas, las disposiciones así lo
indican.
El cliente:
–Señorita, es en el cuarto comercio que me ocurre lo mismo. ¿Cómo puedo comprar
un tapabocas si no puedo entrar a ningún comercio a comprarlo si no llevo uno
puesto? Y considere que estoy sin tapabocas, pues por no tener ninguno y no
poder ingresar a ningún comercio sin uno puesto, estaré condenado a incumplir las
disposiciones que usted alude.
La vendedora: –Hay
señor, lo lamento, pero no tengo ninguna solución para su problema, si no, con
gusto se lo resolvería.
Es casi como
llevar algo de lo sublime a lo ridículo, pero ocurrió. Felizmente nuestro
cliente, ya con cierta amargura por tener que incumplir una fundamental regla
sanitaria, impensadamente encuentra la solución a su problema. En una pequeña
mesita, en una esquina, frente a la parada de los buses, un buen señor,
visionario emprendedor, exhibía en un par de cajas una gran variedad de los
adminículos que en pocos días cubrirían parte de nuestros rostros para defendernos
del terrible virus llegado de la lejana China.
Pero no fueron
solamente los tapabocas; vinieron los frascos de alcohol en gel; la nueva
distancia social, primero de dos metros, luego reducida a uno y medio; se
prohibieron las reuniones; desde los coches patrulleros de la policía con
altoparlantes se invitaba a no aglomerarse, incluso alguna patrulla tuvo que
actuar más enérgicamente disolviendo algún grupo reacio a separarse; se
terminaron bailes, fiestas, hasta los velorios se hicieron sin parientes y
amigos, lástima que no se prohibieron las muertes. Hubo muchas, el virus no
solamente dejó su tendal de muertes, sino que hizo que una enorme porción de
científicos y todo el personal de la salud diera el máximo de su experticia
para superar el inesperado trance.
La economía
tambaleante por los embates del bicho chino, necesitó de firmes timoneles para
que no naufragara, aunque varias ramas de actividad sufrieron demasiado y
necesitarán muy buenos tiempos para sentirse recuperadas.
Poco a poco, ese
bicho que no se sabe a ciencia cierta de donde y como vino, luego de crearnos
una enorme crisis humana, sanitaria y económica, amaga con retirarse,
aunque aún nos mantiene en vilo
cualquier noticia de algún contagio.
No estábamos preparados
para que nos hurgaran las narinas con hisopos para analizar y determinar si
teníamos el bicho, pasamos meses de incertidumbre; los gigantescos laboratorios
probaban vacunas, que con PCR mensajero, con virus inactivo, que con esto o con
lo otro, hasta que empezaron a aparecer y pusimos el brazo. Una dosis, luego
una segunda, después la tercera que llamaron refuerzo y ya llegó la cuarta,
¿refuerzo del refuerzo? Lo cierto es que nuestros brazos semejaban un colador
de tantos pinchazos. Pero el bicho chino sigue agazapado esperando que lo
inhalemos para amargarnos la vida.
También surgieron
grupos anti-vacunas, que blandiendo sus megáfonos incitaban a rechazar los
pinchazos, seguros de que nos inyectarían algún microchip para quien sabe que
experimentos hacer, o que todo era un negociado de los laboratorios, que
después de creado el virus y las vacunas vendrían una sarta de medicamentos,
todos inútiles, con pretensión de curarnos y en definitiva seguir acumulando
riqueza y poder. Pero todo esto, dejémoslo al margen.
Algunos, cuando
tuvieron el bicho solazándose en sus vías respiratorias, lo consideraron una
gripe algo más fuerte que lo normal; otros integraron un casi feliz grupo de
los asintomáticos; pero algunos llegaron al hospital y varios a los temibles
CTI, porque lamentablemente de allí algo más de la mitad salía en una caja de
madera directo al campo santo y los primeros sin un cristiano velatorio.
¡¡¡Pucha que fue
dura la lucha con el bicho chino!!! Todavía nos preguntamos, ¿será que lo
estamos venciendo? Pero seguramente no, porque sigue haciendo estragos en
muchas partes del mundo.
Fue el 13 de marzo de 2020 que llegó al País, hoy a
más de dos años, batallando con todas las fuerzas ¿será la famosa garra
charrúa?, lo vemos bastante disminuido, pero no lo podemos facilitar. Suerte
que ahora tenemos una buena provisión de tapabocas, alcohol en gel, varios
desinfectantes surgidos masivamente, nos acostumbramos a reconocer a nuestros
amigos y familiares con media cara tapada al extremo que aquel adminículo de
difícil obtención al principio hoy es una prenda más de nuestra ropería y hasta
en el supermercado guardamos una razonable distancia con los demás compradores.
De todas formas, nos estamos descuidando, hemos abandonado demasiado el uso del
tapabocas, porque es incómodo, o nos olvidamos al salir, o “ya no lo soporto
más”. Es momento de recapacitación y no de olvidos y culposas fobias.
Pero si hubo
verdadera garra charrúa fue en un grupo de más de cincuenta científicos
uruguayos que bajo la batuta de tres genios, como dirían en España, de la puta
madre, estuvieron por más de un año y medio al pie del cañón, estudiando miles
de informes, analizando, calculando, debatiendo, en la búsqueda del mejor
camino para controlar la enfermedad, asesorando a quienes tomaban las decisiones
sobre las mejores pautas para luchar contra la pandemia.
Desde el
gobierno, tuvieron su merecido homenaje, seguramente desde la población el
eterno agradecimiento.
Lamentablemente, la lucha no termina, el bicho chino nos espera en cada esquina para darnos su golpe y amargarnos la existencia. Deberíamos seguir cuidándonos, porque si yo me cuido y tú te cuidas, nos cuidamos todos y le hacemos más difícil la permanencia entre nosotros al odioso bicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario