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lunes, 12 de enero de 2015

Puertos, pueblos y hegemonías.

Luchas con orígenes en la época de la independencia.

El mismo Congreso Constituyente, que creara la "República Federal Argentina", elevó al Gral. Urquiza el Decreto del 3/10/1852, que declaraba "la libertad de los ríos" y era complementario al anterior de fecha 28/08/1852, que daba fin a la "clausura de los ríos".

En la exposición de motivos del Dececreto del 3/10/1852, el Congreso Constituyente expresaba:

"...El puerto de Buenos Aires no es ya el único, el exclusivo de la República. La división hecha por el hombre, contra la voluntad de Dios, entre las aguas del Plata y del Paraná y Uruguay, no existe ya, desde el día en que V. E. habilitó los puertos interiores para todas las banderas civilizadas y mercantes de la tierra..."
"...destruyendo un sistema bárbaro y abusivo que hacía imposible la riqueza y alejaba a mercados extraños, la satisfacción de las necesidades materiales de los pueblos confederados".

Lógicamente, aquel decreto trajo algunos perjuicios, pero más beneficios para las Provincias Unidas, que se libraban del yugo de Buenos Aires.

Pero el centralismo bonaerense no cejó en sus ansias de dominio y la confrontación económica entre la capital y las provincias del interior, terminaría siendo ganada por Buenos Aires.

La victoria de los Unitarios en Pavón, aunque manteniendo el federalismo, más en el papel que en la realidad, terminó por consagrar la hegemonía porteña, cuyos integrantes se consideraban los herederos de España en el Río de la Plata.

Sometidas las provincias del interior, quedaban dos rivales portuarios, que para los unitarios porteños, era preciso neutralizar; los puertos paraguayos y los uruguayos.

Esa lucha sorda, pero constante, solapada, amañándose en cualquier forma para imponer su hegemonía, pervive hasta nuestros días.

Trabas para la salida y entrada del comercio paraguayo, por el Río Paraná: límite en número de barcazas por convoy, alcabalas y peajes, prohibición de amarres en la Isla La Paloma de barcazas antes de acceder al puerto de Nueva Palmira, por citar únicamente los más expuestos por su gravedad y actualidad.

En cuanto a los puertos uruguayos, son harto conocidas las trabas al dragado del Canal Martín García, los embates para dificultar el acceso al puerto de Nueva Palmira y demás del río Uruguay y el llamado para la construcción de un nuevo canal de acceso a Buenos Aires, con la clara intención de alejar el tránsito ultramarino del puerto de Montevideo y seguramente abandonar el Canal Punta Indio.

En los últimos años, los embates porteños encontraron caminos fáciles ante la ineficiencia de nuestra cancillería y la casi genuflexa actitud del gobierno en general, agregando a su lucha por la preeminencia del puerto de Buenos Aires, un sin número de trabas comerciales para el ingreso de nuestras exportaciones.

De todas formas, los vecinos seguirán siendo vecinos, aunque no hermanos, por lo menos para el gobierno argentino y su élite gobernante.

Los pueblos de las tres naciones, generalmente se sienten hermanados por sus orígenes y sus historias, a pesar de burócratas empecinados en enfrentarlos y dividirlos.

Empecinamientos que hoy toman como plataforma de sustento una supuesta afinidad ideológica, que ha servido únicamente para exorbitar aún más las diferencias que solo sirven a exacerbados gobiernos ultra nacionalistas en perjuicio de los países más pequeños y fundamentalmente cuando son dirigidos por gobiernos débiles e ineficientes.

La confrontación de los intereses portuarios, es indudablemente, la que más perjuicios ha causado el gobierno porteño a Uruguay. Es por lo tanto imperiosa necesidad, que nuestra cancillería retome las políticas de estado basadas en el respeto irrestricto al Derecho Internacional, para poder enfrentar con alguna posibilidad de éxito las embestidas de nuestros vecinos, enemigos de la hermandad platense.

Una herramienta que ha sido permanentemente devaluada por Argentina y Brasil, el MERCOSUR, para volver a ser utilizable genuinamente, deberá ser refundado en base al espíritu del Tratado de Asunción, como asociación comercial de países y no como asociación política.

Para colmo de males, el tétrico Foro de San Pablo, ha venido a abonar los anhelos imperialistas de ciertos caciquillos/as fascistoides, que no sienten el mínimo rubor por las adulaciones de "gobernantes", que solamente sirven de claque en el circo del socialismo siglo XXI, aunque sin renunciar a sus ansias de trepar algún peldaño en la escalada.

Indudablemente la confrontación portuaria, está bastante lejos de llegar a su fin y hoy se ve eclipsada, aunque nunca olvidada, por la llegada a América Latina de esa corriente de evidente corte imperialista pergeñada en San Pablo, marioneta dirigida por el titiritero de la isla caribeña.  

Es preferible, seguro, la confrontación portuaria, con visas de eternidad, que la concreción del sueño bolivariano de la gran confederación sudamericana, con un presidente vitalicio y hereditario, el monocrático Consulado Vitalicio, con que soñaba Simón Bolívar en el 1824 y que significara la renuncia de San Martín, a continuar la lucha independentista.

Consulado Vitalicio, que hoy sería apoltronado en el trono instaurado como reflejo y guía de la izquierda populista del Foro de San Pablo.

Ya no es solamente lucha de puertos, hoy es la lucha por la supervivencia de los estados Latinoamericanos libres, democráticos e independientes.





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